Tras la primera ola de coronavirus, comenzaron a conocerse diferentes casos de personas que superaron la COVID-19 pero arrastraban diversas secuelas o síntomas: algunos seguían con pérdida del olfato, otros relataban que les costaba concentrarse y varios que sufrían un cansancio infinito. Con el paso del tiempo este conjunto de síntomas comenzó a llamarse con diferentes nombres: COVID-19 persistente, COVID-19 prolongada, COVID-19 de larga duración (por long COVID, en inglés) o síndrome post-COVID.
Sin embargo, aún faltaba definir esta nueva condición clínica. La Organización Mundial de la Salud (OMS) propuso en diciembre de 2021 una definición de la COVID-19 persistente, que fue consensuada con un amplio grupo de expertos internacionales y representantes de los pacientes y sus cuidadores.
En concreto, “es la condición de salud que ocurre en personas con antecedentes de infección probable o confirmada por SARS-CoV-2, generalmente en los tres meses siguientes al inicio de la COVID-19, con síntomas y efectos que duran al menos 2 meses, los cuales no se pueden explicar con un diagnóstico alternativo”.
“Esta definición es un primer paso, pero requerirá que sus umbrales, tiempo y duración se cuantifiquen aún más objetivamente con nuevos estudios”, le explica a Chequeado Joan Soriano, médico epidemiólogo del Servicio de Neumología del Hospital Universitario de La Princesa de Madrid (España), quien lideró el grupo de expertos que consensuó la primera definición de la COVID-19 persistente. Un paso clave para avanzar en la investigación, el diagnóstico y el tratamiento del síndrome post-COVID.
¿Secuelas o síntomas duraderos?
Aunque se han descrito más de 200 síntomas, los más comunes incluyen: fatiga, dificultad para respirar, problemas de memoria, concentración o sueño; tos persistente, dolor torácico, dificultad para hablar, dolores musculares, pérdida del olfato o del gusto y depresión o ansiedad. Estos síntomas pueden aparecer después de la recuperación inicial de un episodio agudo de COVID-19 o persistir desde la enfermedad inicial, según la definición oficial. Es decir, pueden ser secuelas o síntomas duraderos, una distinción no tan clara con el virus SARS-CoV-2 y que supone un reto en la práctica clínica diaria.
“Hay tres cuadros principales: fatiga con otros síntomas generales; respiratorio; y trastornos cognitivos. Pero ya sabemos que los tres pueden interrelacionarse y variar en el tiempo en el mismo individuo. Todos los síntomas y signos son preocupantes y requieren atención y cuidado, pues los enfermos que los padecen sufren. Por ejemplo, unos acúfenos (también conocidos como tinnitus o zumbidos o pitidos en los oídos) pueden parecer banales, aunque pueden ser muy molestos e invalidantes; o una tos crónica producir alteraciones y rechazo social”, sostiene Soriano.
Aún se desconocen las causas de la COVID-19 persistente, pero los expertos manejan varias hipótesis: desde alteraciones en la inmunidad innata y adaptativa tras la denominada “tormenta de citoquinas” hasta reacciones autoinmunes, efectos sobre el sistema nervioso central y periférico y persistencia del virus en el intestino y otros tejidos.
Más casos tras ómicron
Entre el 10% y el 20% de los pacientes con coronavirus presentan síntomas prolongados compatibles con la COVID-19 persistente, según las estimaciones de diferentes estudios (ver acá, acá y acá). La condición suele ser más común en mujeres que en hombres y no parece haber una relación entre la gravedad inicial de la infección por SARS-CoV-2 y la probabilidad de desarrollar una afección posterior a la COVID-19 (ver acá).
Soriano agrega que es importante seguir con las medidas de higiene universales y ponerse el refuerzo de la vacuna (booster) cuando las autoridades lo requieran.
Un estudio publicado esta semana en la revista Nature, mostró además que, más allá de los primeros 30 días después de la infección, las personas con COVID-19 tienen un mayor riesgo de enfermedad cardiovascular, incluidos trastornos cerebrovasculares, arritmias, cardiopatía isquémica, insuficiencia cardíaca y enfermedad tromboembólica.
Sin un tratamiento específico
Por el momento no hay un tratamiento específico para la COVID-19 de larga duración y los esfuerzos apuntan a paliar los diferentes síntomas o secuelas.
Para atender pacientes con long COVID, algunos especialistas en países de Latinoamérica, como Argentina, utilizan la Guía elaborada por la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia junto a otros 50 organismos en 2021 y las recomendaciones formuladas por el Servicio Nacional de Salud del Reino Unido.
Los expertos consultados por Factchequeado, coincidieron con que es clave consultar con un médico especialista. También es muy importante la vacunación contra el coronavirus. Un estudio preliminar de científicos de Israel aún no publicado- realizado indica que las personas que tuvieron la infección por SARS-CoV-2 estando vacunadas tienen menos probabilidad de desarrollar cualquiera de una variedad de síntomas comunes de la COVID-19 persistente que las personas que no estaban vacunadas cuando se contagiaron.
Para los especialistas, aún quedan muchos aspectos por investigar de esta nueva condición clínica. Se requiere que los servicios de salud les brinden oportunidades a los pacientes para consultar y los médicos conozcan y estén atentos a monitorear posibles complicaciones.