Acostumbrados a lavar lechugas, escarolas y matojos enteros de hojas comestibles, en general, que pueden servir de base para tu ensalada (porque sí, en este caso hay que lavarlas a conciencia), puede que no nos resulte rara la idea de dar un agua también a las hojas de aquellas que ya vienen desmenuzadas y en bolsa, ¿no? Arúgula, brotes, espinacas, un popurrí de todos ellos… Lo cierto es que, en estos casos, no ni necesario ni recomendable: el contenido de estas bolsas ya está higienizado.
Si lavamos estas hojas, “podríamos contaminarlas con los microorganismos que haya en las superficies y utensilios”, explica en Consumer Beatriz Robles, dietista-nutricionista y tecnóloga de los alimentos. Eso sí, advierte, “para asegurarnos de que efectivamente ya están limpias, debemos fijarnos en que ponga en el envase ‘lavada’ o ‘lista para consumo’”.
La ensalada ‘lavada’ de bolsa está lista para su consumo inmediato
Con el objetivo de conservar los productos destinados a la alimentación, así como minimizar posibles alteraciones y conseguir que aguanten más tiempo en buen estado, estos suelen envasarse bajo atmósferas protectoras.
Como explicaron en Maldita.es, medio cofundador de Factchequeado, este es el caso de los envases al vacío, en los que se quita el aire de su interior y los productos con atmósfera controlada o con atmósfera modificada. En otras ocasiones se trata de algo mucho menos sofisticado, como una bandeja envuelta en film.
Las ‘ensaladas’ se embolsan precisamente utilizando la tecnología de atmósfera modificada que básicamente sustituye los gases dentro de un envase, que en este caso, es la bolsa donde se guardan las hojas de los vegetales.
“La tecnología de atmósfera modificada consiste en eliminar el aire del interior del envase y reemplazarlo por una mezcla de gases”, señala Robles. En palabras de la experta, los gases inyectados son mayoritariamente los mismos que componen la atmósfera normal, pero con una concentración diferente que dependerá del tipo de producto y de los microorganismos que haya que controlar. “De esta forma, se puede inhibir el crecimiento de los gérmenes, que solo pueden multiplicarse cuando la atmósfera tiene una composición específica”.
El porqué del uso de esta tecnología se encuentra en que las verduras, aun ya recolectadas, mantienen su actividad metabólica y siguen respirando. De ahí que se empleen envases permeables, “para que pueda haber un intercambio de gases con el ambiente y la composición dentro de la bolsa se mantenga lo más estable posible”.
Aunque, a priori, el uso de este tipo de envases podría parecer contradictorio, ya que precisamente estamos hablando de evitar irrupciones externas en la atmósfera de la bolsa de ensalada, “no hay problema, porque el tamaño de los huecos de los materiales plásticos es suficiente para dejar pasar las moléculas de gas, pero no lo suficiente como para que entren los microorganismos, mucho más grandes”.
“De esta forma se alarga la vida útil de estos alimentos con un procesado mínimo y se mantienen las características de frescura y sus propiedades como sabor, olor o textura”, señala la experta.
Es imprescindible respetar la fecha de caducidad
Si al abrir la bolsa de la ensalada, sobra producto después de la primera sentada, guardarla en un recipiente diferente fuera de la bolsa no hará que esta ‘dure más’: hay que tener en cuenta que, al tratarse de un alimento que puede desarrollar microorganismos patógenos fácilmente, haciendo que su consumo sea peligroso, tiene fecha de caducidad y no de consumo preferente. Es decir: existe un día límite para comerla.
Además, al tratarse de un producto que está listo para su consumo (es decir, que no va a recibir un tratamiento térmico ni de ningún otro tipo frente a los microorganismos), no tendríamos la posibilidad de eliminar los gérmenes, en caso de que los hubiese.
“La fecha de caducidad, en este caso, nos marca el límite del consumo del alimento, esté la bolsa abierta o cerrada”, explica Robles. “No hay forma de conseguir que dure más: no podemos sobrepasar esa fecha de caducidad. Sería una práctica de riesgo y nos arriesgaríamos a sufrir una intoxicación alimentaria”. Además, debemos respetar el límite temporal marcado incluso si el producto parece estar en buen estado.
Este tipo de ensaladas, tienen una vida útil que ronda los 9 días, dependiendo del tipo, de los ingredientes, etc. “Pero debemos tener presente que la fecha solo es válida si se respetan las condiciones indicadas en el envase, es decir, si el producto se mantiene a temperaturas de refrigeración (por debajo de 4 ºC)”, advierte el tecnólogo de los alimentos Miguel Ángel Lurueña en Consumer.
Entonces, si la cambiamos de recipiente, ¿tampoco conseguimos que dure más? Negativo. Por el mismo motivo por el que no debemos lavarla, tampoco es recomendable manipularla para cambiarla de lugar. “Están perfectamente higienizadas para abrir y consumir. Si la pasamos a otro recipiente, igual que si la volvemos a lavar, lo que puede pasar es que estemos contaminando esos vegetales con microorganismos que haya en las superficies de la cocina, en el recipiente, en nuestras manos…”, detalla la experta. Su recomendación: cerrar la bolsa con una pinza para evitar que se contamine y listo.
Recordamos que, dado que los vegetales son productos que se estropean rápidamente, deben guardarse en el espacio más frío y húmedo de la nevera: los cajones inferiores, como recuerda la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN).
Los vegetales sin envasar que vayamos a consumir crudos sí debemos lavarlos
Según indica la AESAN en su página web, en el medio ambiente (tanto en el suelo, como en el polvo o en el agua de riego, por ejemplo) “puede haber microorganismos patógenos y elementos químicos que en ocasiones pueden contaminar las frutas y verduras”. Esto no es un motivo que deba echarnos atrás al consumirlas, simplemente es una advertencia para recordar lo importante que es “una manipulación adecuada antes de su consumo”.
Lo que recomienda la AESAN es lavar frutas y verduras bajo el chorro del grifo, incluso en el caso de aquellas que tengamos pensado pelar. “Así evitas que la contaminación pase del cuchillo al alimento”, recuerda la agencia. En relación a las de cáscara dura, como el melón o el pepino, la recomendación es utilizar cepillos específicos para lavar su superficie. Después, secar todas ellas con papel de cocina.
“Si las compramos y las comemos crudas y sin pelar, es muy importante que las desinfectemos”, recordaba Robles en Saber Vivir. “Si vas a comer fruta cruda con piel, verdura cruda (lechuga, espinacas…) o verdura cruda con piel (pepino), sumérgelas durante 5 minutos en agua potable con una cucharita de postre de lejía (4,5 mililitros) por cada 3 litros de agua. Después acláralas con abundante agua corriente. La lejía debe estar etiquetada como “apta para la desinfección de agua de bebida”, señala la AESAN en su página web. “Esto lo debemos hacer siempre”, insiste la experta.
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